«... porque estos son los mandamientos principales que Dios nos ha dado». Con estas palabras abría san Agustín el pórtico de su Regla Monástica. Sus palabras recordaban también las de san Juan: «nadie puede amar a Dios a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve».

Esta fue la certeza que llevó a los primeros monjes de la Iglesia al desierto para vivir como la primera comunidad cristiana: amando a Dios y a los hermanos -nos dice el P. Alberto María-, y esta es la certeza que conduce la vida de los monjes y monjas de la Fraternidad Monástica de la Paz a amar al hermano con el mismo amor con el que se aman el Padre, el Hijo y el Espíritu, amor que los monjes aprenderán en la escuela de la Trinidad.

Vivir como hermanos entre sí y vivir como hermanos de todos los hombres -nos señala una de las monjas-, con un amor semejante al del Señor: amor acogedor, capaz de fundirte en Cristo Jesús con el hermano, capaz de llevarte a entregar tu vida y tu tiempo en su servicio.

«En nuestra Regla de Vida -nos dice uno de los monjes- se nos exhorta a dejarnos llevar por el amor del Señor, pues así aprenderemos a amar a los demás verdaderamente y a expresar ese amor de forma que ellos conozcan a Dios»

Está claro. Para ser fermento en la masa, luz en la oscuridad... no hay más camino que el amor a los demás porque el Señor ha hecho de ellos una parte de ti mismo. Las diferencias de personalidad, carácter, temperamento... que separarían a aquellos que no creen en Dios, si amas a los hermanos, expresarán la riqueza de tu ser personal en la unidad que, ante Dios, formas con tus hermanos...