Formada por dos asociaciones de fieles, casados o no, su forma peculiar de vivir el estilo de vida de la Fraternidad Monástica de la Paz consiste en que su primera misión estriba en implantar el Reino de Dios «en medio de las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida, allí están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento, y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad» (LG 31) (del «Libro de vida de la Comunión de la Paz»).
«La oración constante, la provisionalidad como disponibilidad total ante Dios y la confianza absoluta en su providencia, la acogida; ese ser o querer ser una pequeña luz en el mundo, una presencia del Señor desde la propia pobreza y debilidad... todo eso me atraía. Pero ellos eran monjes y monjas, viviendo en un monasterio. Yo tenía esposo, hijos, mi hogar... ¿Cómo poder compaginar mi vida con ese ideal que me fascinaba? ¿Cómo poderlo vivir con toda radicalidad, con la misma radicalidad con que lo vivían, o deseaban ellos, pero dentro de mi estado de vida? [...]
Queremos vivir nuestra consagración bautismal y nuestra misión eclesial en íntima comunión con la Fraternidad Monástica de la Paz, en el mundo, en nuestro propio estado, participando del carisma que el Señor le dio, compartiendo su vida y su espiritualidad. Ese carisma que se plasma en formas concretas de vivir el amor a Dios y al prójimo, la oración constante, la acogida, la provisionalidad, la sencillez... Y una espiritualidad que bebe en las mismas fuentes que nuestros hermanos, los monjes y monjas de la Fraternidad Monástica de la Paz: la Palabra de Dios y el ejemplo de vida dejado por los Padres del desierto en todo aquello que es compatible con nuestro estado.
Compartimos también con ellos «la pasión por la unidad» de la Iglesia de Cristo y de todos los hombres. Celebramos con ellos la misma liturgia enriquecida con elementos de la tradición oriental, con un deseo de comunión expresado sobre todo en la oración y en la ofrenda de la propia vida a Dios»
( Del relato de un miembro de la «Comunión de la Paz», Theofanía, 11, 33-36)