Visitando el Museo de iconografía bizantina y las iglesias del Monasterio, sus murales e iconos, se respira un aire diferente al de otros monasterios españoles. El silencio es semejante, la acogida es cálida y sencilla... Donde quiera que te cruzas con uno de los monjes o monjas, todos ellos llevan en sus manos un «chotki» con el que los monjes y monjas del Oriente cristiano van desgranando la -llamada- oración de Jesús. Es como si respiraran un aire diferente o como si su corazón y pulmones lo hicieran a un ritmo distinto.

 «Como el de los primeros monjes de la Iglesia -nos dice el P. Alberto María- también nuestro corazón está en Oriente. Por ello -al igual también que los primeros monjes- queremos que nuestra vida se vaya desarrollando al ritmo de la «oración de Jesús» según nos enseña san Pablo: «orad sin cesar» (1 Ts 5, 17). Por otra parte, los monjes son como los pulmomes de la Iglesia: de la misma manera que estos van inspirando y expirando el aire y, con ello, van haciendo que el corazón lata y dé vida al cuerpo, los monjes -con su oración de Jesús incesante- van comunicando a la Iglesia, la presencia y la vida de Dios que ella necesita»

¿Por qué «la oración de Jesús»? También los monjes descendientes de san Benito siguen su «ora et labora» y, con ello, comunican a la Iglesia la vida de Dios y la sostienen con su intercesión.

«Evidentemente -nos responde el P. Alberto María. Las dos tradiciones no son contradictorias, sino complementarias, expresión de la riqueza de la Iglesia. Juan Pablo II insistía en que es necesario ‘enriquecer a Occidente con los tesoros de Oriente’. En cualquier caso este es el camino espiritual que los primeros monjes tomaron para alcanzar ‘la medida divina’»

Entramos en la iglesia. Sentado en uno de los bancos, uno de los monjes desgrana en silencio su chotki: «No se trata tanto de hacer -nos dice-, cuanto de estar en la presencia de Dios invocando sin cesar su Santo Nombre. Es el Nombre de Jesús quien va modelando la vida de los monjes hasta ‘configurar en vosotros la imagen de Cristo’».

A ellos les corresponde simplemente orar sin cesar, o lo que es lo mismo, permanecer constantemente delante del Señor como la arcilla permanece ante el alfarero, sin moverse. A partir de ahí, saben y experimentan cada día que Dios irá haciendo su obra, pues nada le es posible alcanzar al hombre por sí mismo, si no con la gracia que viene de lo Alto.