Desde «una vida escondida por Cristo en Dios» buscarán el Amor y vivirán dedicados «a la contemplación y  la difusión en el Pueblo de Dios de una espiritualidad profunda, alimentada por la oración y el espíritu litúrgico, e inspirada en las seculares tradiciones monásticas del Oriente y el Occidente cristianos» como se lee en la carta que Juan Pablo II les escribió con motivo de los 25 años de su fundación.

Y esto lo viven desde el corazón. Pues, al igual que en el cuerpo humano, el corazón bombea la sangre y permite el funcionamiento de todos los demás órganos del cuerpo, así en la Iglesia, si el corazón permanece uno en el amor y en la comunión con Dios, alcanzará la unidad de todo el Cuerpo.